Carta del Director general a los legionarios de Cristo con motivo de la Pascua

¡Venga tu Reino!

CONGREGATIO
LEGIONARIORUM CHRISTI
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DIRECTOR GENERALIS

Ciudad de México, 27 de marzo de 2016
Domingo de Pascua

A los legionarios de Cristo

Muy queridos padres y hermanos,

Reciban todos y cada uno mi felicitación por la Pascua y el triunfo de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte. Algunos de ustedes terminan una semana de intensa labor pastoral. Otros hemos podido hacer ejercicios espirituales o vivir en un clima de mayor recogimiento la Semana Santa. Espero que para todos esta experiencia de acompañar de forma cercana e íntima al Señor en su pasión, muerte y resurrección haya dejado una huella honda en sus corazones para que la vida nueva de Cristo se manifieste más plenamente en nosotros.

Al celebrar la misa de clausura de la Megamisión en la Universidad Anáhuac esta mañana, he agradecido especialmente a Jesucristo Resucitado que siga bendiciendo a tantas personas que quieren compartir la alegría del Evangelio.

Me interpela siempre la pregunta que Jesucristo hace a María Magdalena: «¿Por qué lloras…?» (Jn 20, 15), así como la que los ángeles hacen a las mujeres en el Evangelio de Lucas: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado» (Lc 24, 5-6).

En la incertidumbre en que vive el mundo hoy, todos los hombres, eternos buscadores, seguimos deseando la felicidad, la serenidad y la paz. La incertidumbre no es sólo exterior donde faltan medios, seguridad y trabajo, también es oscuridad interior donde falta el sentido de la vida.

Algunos, para tratar de encontrar la felicidad y ofrecerla a su familia, se ven forzados a hacer grandes sacrificios, dejan sus países, trabajan horas extras. Otros, aunque tienen sus necesidades materiales resueltas, también experimentan la penuria. Unos y otros buscan la felicidad en la diversión, la fama, el poder, la riqueza. Con tristeza constatamos que son muchos los que van en pos de espejismos, que están buscando la felicidad en el mundo, «entre los muertos» y no en el «que está vivo». Y Cristo sigue preguntando, «¿por qué lloras?».

Hoy y siempre, Jesucristo nos invita a buscar la felicidad en donde realmente está. Él sabe que nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Dios y Él es el único camino que nos lleva al Padre (cf. Jn 14, 6). Él, verdadero Dios y verdadero hombre, nos ofrece una vida nueva, plena, en donde podamos saciar nuestra sed de plenitud, de eternidad. Él, con su resurrección, nos permite darle un sentido a nuestra existencia y nos hace miembros de su cuerpo, de la familia de Dios, que es la Iglesia.

La resurrección de Jesús transforma toda nuestra existencia. Al colaborar con la gracia, esta vida divina va manifestándose de manera cada vez más evidente. Para ello, es necesario acoger este don pascual que hemos recibido en el bautismo y buscar hacerlo fructificar para que nuestros pensamientos, palabras y acciones irradien a Cristo en nuestro entorno.

Este es el sentido de nuestra vida y de nuestra misión como sacerdotes y religiosos legionarios de Cristo. Así, como ocurrió con los primeros discípulos, debemos ayudar a nuestros hermanos que buscan la felicidad, a percibir la novedad de vida que Jesús nos ha ganado y animarnos todos a caminar en la luz, compartiendo el estilo de vida de Jesús. Precisamente por eso lo seguimos, experimentamos su amor misericordioso, escuchamos que nos envía e imitamos su vida. Como religiosos, queremos manifestar la fecundidad de la vida nueva que es vivir con Cristo y ser signo visible de las realidades futuras (cf. Lumen Gentium, n. 44).

Me parece que el camino más elocuente para manifestar a los hombres esta novedad de vida lo encontramos en la caridad que Cristo predicó y vivió hasta el extremo (cf. CLC, n. 3).

A los apóstoles reunidos en el cenáculo les da su paz, no como la del mundo, y en Pentecostés los llena de su espíritu de amor. Este amor que nos ha sido dado se expresa de manera privilegiada en la práctica de las obras de misericordia en nuestras comunidades, en nuestros lugares de apostolado, en las secciones del Regnum Christi y en la iglesia local en donde nos toque realizar nuestro ministerio sacerdotal o apostólico: «mirad como se aman». Se manifiesta también en nuestra invitación explícita a nuestro prójimo, hecha con la vida y con las palabras, a encontrarse con el amor misericordioso de Cristo y poner también por obra la enseñanza de Jesús (cf. CLC, n. 3).

Quizás sea conveniente que en estos días hagamos un alto en el camino para conversar con Cristo Resucitado y preguntarle por nuestra respuesta a su gracia.

¿Pueden los demás percibir su presencia en mi alma por el modo en que escucho a los demás, en que sufro con paciencia los defectos de otros, en que consuelo a quien está triste, en el modo en que acojo a quien se siente solo, por la forma en que sé trabajar unido a los demás? Quizá encontramos gracias especiales si revisamos con el Señor las obras de misericordia corporales y espirituales y el lugar que juegan en nuestra vida cotidiana y en nuestra misión.

Pienso que este punto puede ser también un tema a valorar en comunidad durante la Octava de Pascua o en algún otro momento de manera que, como hermanos y amigos en Cristo, podamos encontrar maneras de hacer más patente la presencia del Señor resucitado entre nosotros como comunidad religiosa. ¡Un hermoso fruto de la Pascua sería que nuestra sola vida fraterna fuera cada vez más una invitación a buscar la felicidad en Jesucristo y en su Reino! ¡Cuánto ganarían nuestra labor evangelizadora y la promoción vocacional si nuestra fe en la victoria de Cristo se manifestara en una caridad que busca hacer presente el Reino en todas partes, especialmente en las relaciones interpersonales, primero en nuestras comunidades y también en nuestro ministerio!

Estamos a pocos meses de concluir nuestro año jubilar por el 75º aniversario de nuestra fundación. Creo que todos percibimos en nuestra historia institucional y personal los signos de la misericordia divina, que siempre nos sorprende. Me parece que el Señor Resucitado nos invita a todos a reconocer y acoger con fe y gratitud los dones que nos ha dado, especialmente los que nos han venido, no sin dolor, por la mediación de la Iglesia y del Sucesor de Pedro. Ojalá que todos seamos capaces de dejarnos interpelar personalmente por la invitación de Cristo a ser sus legionarios de Cristo en estos momentos de nuestra historia y respondamos alabando a Dios y compartiendo con los hombres la misericordia de la que hemos sido objeto.

¡Muy felices Pascuas, queridos padres y hermanos! Que la Virgen María, Reina de los apóstoles, nos alcance de su Hijo una nueva efusión del Espíritu Santo que nos renueve a todos durante este año de la Misericordia. Gracias por las oraciones que elevan por mí y por la Legión y el Regnum Christi.

Su hermano en Cristo y la Legión,

P. Eduardo Robles-Gil, L.C.